Persiguiendo a Thomas


Thomas Merton en la abadía trapense de Nuestra Señora de Getsemaní
Thomas Merton en la abadía trapense de Nuestra Señora de Getsemaní

Un día, hace mucho, casi casi cinco años, estaba leyendo un libro de esos que me gustan tanto solo por el hecho de la cantidad de citas que tienen, y las referencias a otros autores. Como buen amante de la información, me dispuse a hacer algo apasionante que académicamente se denomina “perseguir citas”. Es algo muy útil e interesante a la hora de investigar, y consiste en, al leer un artículo y encontrar una cita de otro artículo, libro o autor diferente al que estamos leyendo, seguir la referencia para así llegar a aquél que influyó en el pensamiento de quien lo está escribiendo.  Esto es muy útil en investigaciones científicas, donde abundan los datos y es muy bueno poder así relacionar varios autores que dicen cosas parecidas o investigan el mismo tema.

Esto es muy usado, incluso dentro del mundo bibliográfico existen obras que colaboran con esto. Se trata de publicaciones donde uno puede buscar a un autor,  y ver a quien citó en sus artículos, que artículos citó y poder llegar a ellos. Y también estas obras hacen exactamente lo contrario: al buscar al autor podemos ver quienes lo citaron en otros artículos o libros.

No quiero aburrir a nadie hablando de cuestiones que tal vez no sean de interés para todos, pero quería explicar lo que amo hacer: perseguir citas.

Obviamente también amo leer, y amo también el proceso de aprender, informarme, investigar, acumular opiniones, examinarlas, y retener las que me parecen interesantes para luego formar mi propia opinión.

Y perseguir citas es muy interesante para esto. También puede ser peligroso: hay que encontrar un límite, ya que es un proceso que puede resultar eterno…

Volviendo a lo  que mas me interesa compartir, un día estaba leyendo un libro lleno de citas. Es un libro que “escribieron” los integrantes de una banda llamada Newsboys. Un libro lleno de cosas lindas que no se les ocurrieron a ellos. Pero ellos tuvieron la nobilísima actitud de indicar quien dijo cada una de las cosas que están repitiendo.

Ese libro, llamado “Shine (make’em wonder whatcha got)”, es de esos que antes de cada capítulo tiene una pequeña frase de alguien reconocido (o no tan reconocido).

Y en una de esas “intros”, recuerdo que en la página 86, está escrito lo siguiente:

“Existe una sola forma de felicidad: agradar a Dios”

Thomas Merton

Cuando la leí me sorprendió muchísimo. Me encantaría poder transmitir adecuadamente lo que sentí y pensé. Era como que estaba de acuerdo, sabía que tenía razón, pero  no me cerraba, no lo entendía, no sentía que fuera así. Pero repito: sabía que el tal Merton no se equivocaba, y me dejó pensando.

Pasaron los meses, muchos meses, mas de veinte, y yo no había olvidado la frase ni el nombre del que la dijo. Y un día estaba haciendo tiempo antes de una clase en la Facultad de Filosofía y Letras, y me puse a mirar los libros que vendía un tipo que no sé si sigue ahí, pero sé que es de la religión Hare Krishna y desde que se enteró que soy cristiano me llama “hermano”. No voy a hacer ningún comentario sobre esto último.

La cuestión es que estaba yo curioseando cuando lo ví: en el medio de los libros de “Religión” leí el nombre de Thomas Merton. Me acerqué como abeja al panal, ví el título del libro (“Los hombres no son islas”) y sin pensarlo dos veces pagué el módico precio que el señor Krishna le había asignado al libro y me lo llevé.

Lo que siguió puede ser muy largo pero prefiero resumirlo para poder llegar a donde quiero llegar: me gustó el libro, me gustó Merton, compré (y fotocopié) mas libros de él, aprendí cosas sobre su vida y un día leí en un libro llamado «Semillas de Contemplación» algo que llevó a pensar lo que escribo mas abajo y los invito a leer.

Merton dice en ese libro algo muy parecido a lo que sigue. Lo primero que van a leer es puramente una paráfrasis “mertoniana”,  pero luego su pensamiento y el mío se van amalgamando y a medida que avanzamos por la lectura el pensamiento es uno solo, hablo yo pero en ningun momento dejo de regresar a Merton. Sin más preámbulos los invito a leer:


Un árbol dá gloria a Dios, ante todo, siendo un árbol. Porque al ser lo que Dios quiere que sea, está imitando una idea que está en Dios y que no es distinta a la esencia de Dios, y por lo tanto un árbol imita a Dios siendo un árbol

Cuanto más un árbol es como un árbol, tanto más es como Dios. Si intentara ser como otra cosa, algo que nunca estuvo destinado a ser, sería menos como Dios y por ende, le daría menos gloria a Él.

Si todas las cosas fueran intentos de reproducir un patrón ideal, una sola cosa que fuera perfecta, serían todas imperfectas al no poder imitarla, no cumplirían su propósito, no le darían gloria a Dios ni proclamarían que Él es  un Creador perfecto.

Por eso toda la creación dá gloria a Dios en su naturaleza, siendo como es, con sus características, con su propia identidad, siendo lo que Dios en su perfección quiso que sea.

La única creación de Dios que no es naturalmente perfecta, y así naturalmente santa, somos nosotros. Para nosotros, ser humanos no nos alcanza para ser santos. Santidad es más que humanidad.

Santidad es llegar a ser yo mismo. Un árbol no tiene ningún tipo de problema con esto. Un animal tampoco. Dios los hace como son sin preguntarles y ellos están satisfechos. Esto no hace falta que lo diga ningún experto ni alguien que conoce a Dios. Lo puede decir cualquiera. Es como el cuento del Patito Feo que recopiló Andersen de la tradición oral. El patito feo no se sentía bien entre los patos porque, si bien no sabía que especie era, no se sentía identificado con ellos. Y cuando se dio cuenta de que era en realidad un cisne, fue feliz, porque por fin encontró su identidad, pudo ser plenamente lo que era, lo que Dios quiso que sea cuando lo creó. Identidad es ser lo que Dios quiere que seamos. Los animales se satisfacen en eso, les gusta ser lo que son, pero a nosotros Dios nos dio cierta libertad, y ahí esta el problema. Porque uno continuamente busca ser uno mismo, ser aquello para lo que nació. Buscamos esto de diversas maneras y en muchos lugares pero ese secreto solo lo conoce Dios. Es nuestro Creador y solo Él sabe cual es nuestra identidad, nuestro propósito, nuestra misión, nuestro sentido, lo que quiere que seamos.

Cuando descubramos esto, vamos a ser felices, como el Patito Feo cuando se dio cuenta de que era un cisne en realidad.

Entonces, si solo Él lo sabe, si solo está en Él, solo en Él lo podremos encontrar. Y Él está continuamente  dándonos indicios, mostrándonos cosas. Necesitamos escucharlo, leerlo a Dios.

Con respecto a escucharlo, mi amado amigo Gabriel Cuomo una vez me dijo: “Dios habla en voz baja”. Para escuchar a alguien que habla en voz baja es necesario que hagamos silencio, y que dejemos de hablar. Solo ahí podremos escucharlo. En el silencio.

Y para leerlo necesitamos dedicarle tiempo, no leerlo en el colectivo, apartar tiempo y dedicarlo a leer a Dios. Es lo que los monjes llamaban “lectio divina”, leer a Dios.

Y cuando Dios nos diga algo, cuando nos muestre algo, cuando algo nos sea revelado, no debemos rechazarlo. ¡Cuantas veces lo rechazamos, o le restamos importancia! Es algo que hacemos casi continuamente. Y al rechazar esto, lo que hacemos es rechazar nuestra identidad, no llegar nunca a alcanzar esa plenitud a la que Dios quiere llevarnos. No ser nunca lo que debemos ser. Vivir todo el tiempo contradiciendonos, siendo algo y a la vez no siendo nada. Tener vida y no vivirla. Estar muerto y seguir existiendo. Ser alguien  sin saber quien somos…

Una identidad te dá sentido. Sabiendo quien sos y para qué fuiste creado, vas a saber lo que tenés que ser y que tenés que hacer. Y todos somos diferentes y tenemos identidades diferentes. Mi perfección es diferente a la tuya. Y eso es bueno. Es bueno que seamos distintos, que sepamos cada uno para qué fue creado, para que sirve, y justamente así servirnos. Para saber en que podemos servir necesitamos saber quien somos, como somos, y eso nos lo muestra Dios, nadie mas puede hacerlo. Debemos buscar a Dios y aprender de Él, tenemos el gran ejemplo de Jesús, es nuestro modelo. Si estudiamos su vida vamos a ver que Él hizo muchas cosas. Pudo haberse dedicado plenamente a ser el mejor  político, maestro o sanador, pero Su Propósito fue uno bien definido: salvar mi alma, tu alma y el alma de todos. “El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10). Siempre supo esto, siempre tuvo claro su propósito. Desde la carpintería tenía la misión clara y estaba tan concentrado en ella que sus últimas palabras fueron “Consumado es, todo está cumplido” (Juan 19:30).

Para saber quienes somos es necesario que busquemos en Dios. En otro lado no estamos. No estoy en mí mismo, no me conozco tan bien como Aquel que me creó. No me voy a encontrar racionalmente, pensando mucho. También puedo leer muchas cosas, pero no me voy a encontrar ahí, no voy a descubrir quien soy. Conociendo a Dios me conozco a mí mismo.

Busquemos a Dios. Dispongámonos a encontrarlo. La felicidad es ser lo que Dios quiere y necesita que seamos. Eso es agradar a Dios. Andar en Sus Buenas Obras, para las cuales nos creó (Efesios 2:10)

Quiero finalizar con la primer frase que leí de Merton (finalmente la entendí)

Hay una sola forma de felicidad: agradar a Dios