Oh L’amour


Luego de mas de un año sin publicaciones, y nuevamente influenciado por Thomas Merton, les comparto lo siguientes puntos:

1-La felicidad que se busca para uno mismo no puede ser encontrada nunca, porque una felicidad que se amengua al ser compartida, no es suficientemente grande como para hacer feliz. Existe una felicidad falsa y momentánea en la autosatisfacción (comprarme algo, ver una película, leer, comer, lograr algo); pero ella siempre conduce al dolor, porque se encoge y mata el espíritu. Cuando se acaba produce tristeza. La verdadera felicidad se encuentra en el amor desinteresado, en el amor que aumenta a medida que es compartido. No hay límite para la posibilidad de compartir el amor, y, por consiguiente, la felicidad potencial de semejante amor es ilimitada (ya que podemos amar infinitamente, podemos ser felices infinitamente). Cuanto más amamos mas felices vamos a ser. Cuanto más compartamos mas felices vamos a ser.

2-Pero el amor debe ser dado, no debe ser dejado libremente, es necesario que nos lo tomen. El amor que no es egoísta y se le da a una persona egoísta no trae felicidad: no porque  el amor requiera devolución o recompensa, sino porque se basa en la felicidad del amado,      y si el amado recibe egoístamente el amor, el que ama no queda satisfecho al ver que su amor ha fracasado en hacer feliz al amado. Si yo amo a alguien y al otro no le interesa, es indiferente, no recibe el amor, no estoy amando completamente. Porque el amor es dar y que el otro reciba. Por eso el amor se basa en la felicidad del otro. No debemos amar porque nos haga bien a nosotros, debemos buscar la felicidad del que amamos. Para el que ama solo existe un bien: el del amado, ya que viéndolo bien al otro está bien uno. Pero esto no significa que debemos amar para poder sentirnos bien viendo bien al otro, el fin de amar es simplemente hacerle bien al otro.

3- El amor se debe basar en la verdad. El que ama debe buscar lo que es verdaderamente bueno para el otro. Por eso amar es dar. A veces amar no nos conviene, no nos conviene dar algo. No es bueno amar por el simple hecho de ejercitar el amor, sino que se debe buscar siempre la ventaja del ser amado. Amar así es amarse a uno mismo y no amar al otro, sin tener en cuenta si ese amor va a tener un efecto bueno o malo. Debemos tener cuidado con buscar recibir en vez de dar. Amar produce satisfacción, pero debemos tener cuidado con amar para buscar esa satisfacción.

Amamos dando nuestro tiempo, pero tenemos que saber darlo, tenemos que tratar de que sea verdaderamente provechoso. Dar tiempo para acompañar a alguien hasta un lugar donde prefiere no ir solo. Dar tiempo para quedarse todo el día al lado de una persona enferma. Dar tiempo para escuchar a alguien que necesita expresarse… No es simplemente pasar tiempo con alguien, ir a tomar mates, ir al cine, jugar al futbol. Es darle al otro lo que está necesitando. Nuevamente lo digo: buscar el bien del amado.

Lo mas valioso que tenemos es el tiempo. Es necesario que tengamos claro como deseamos administrarlo. En primer lugar debemos saber cuanto tiempo vamos a invertir en nosotros y cuanto en los demás. Para esto es necesario hacer un buen análisis. Es un tema ya muy profundo, se necesita mucha sinceridad para determinar eso. Y una vez que decido cuanto tiempo pienso dedicar a los demás, tengo que pensar como hacerlo. Seguramente si hacemos una lista con personas a las que les vendría bien que le dedicaramos un tiempo anotaríamos muchos nombres.

Y este es un lindo ejercicio, ver a quien podemos hacerle bien.

Aprendimos que es mejor dar que recibir…

Amemos pues! Busquemos la felicidad del otro, y por consiguiente la nuestra!

Persiguiendo a Thomas


Thomas Merton en la abadía trapense de Nuestra Señora de Getsemaní
Thomas Merton en la abadía trapense de Nuestra Señora de Getsemaní

Un día, hace mucho, casi casi cinco años, estaba leyendo un libro de esos que me gustan tanto solo por el hecho de la cantidad de citas que tienen, y las referencias a otros autores. Como buen amante de la información, me dispuse a hacer algo apasionante que académicamente se denomina “perseguir citas”. Es algo muy útil e interesante a la hora de investigar, y consiste en, al leer un artículo y encontrar una cita de otro artículo, libro o autor diferente al que estamos leyendo, seguir la referencia para así llegar a aquél que influyó en el pensamiento de quien lo está escribiendo.  Esto es muy útil en investigaciones científicas, donde abundan los datos y es muy bueno poder así relacionar varios autores que dicen cosas parecidas o investigan el mismo tema.

Esto es muy usado, incluso dentro del mundo bibliográfico existen obras que colaboran con esto. Se trata de publicaciones donde uno puede buscar a un autor,  y ver a quien citó en sus artículos, que artículos citó y poder llegar a ellos. Y también estas obras hacen exactamente lo contrario: al buscar al autor podemos ver quienes lo citaron en otros artículos o libros.

No quiero aburrir a nadie hablando de cuestiones que tal vez no sean de interés para todos, pero quería explicar lo que amo hacer: perseguir citas.

Obviamente también amo leer, y amo también el proceso de aprender, informarme, investigar, acumular opiniones, examinarlas, y retener las que me parecen interesantes para luego formar mi propia opinión.

Y perseguir citas es muy interesante para esto. También puede ser peligroso: hay que encontrar un límite, ya que es un proceso que puede resultar eterno…

Volviendo a lo  que mas me interesa compartir, un día estaba leyendo un libro lleno de citas. Es un libro que “escribieron” los integrantes de una banda llamada Newsboys. Un libro lleno de cosas lindas que no se les ocurrieron a ellos. Pero ellos tuvieron la nobilísima actitud de indicar quien dijo cada una de las cosas que están repitiendo.

Ese libro, llamado “Shine (make’em wonder whatcha got)”, es de esos que antes de cada capítulo tiene una pequeña frase de alguien reconocido (o no tan reconocido).

Y en una de esas “intros”, recuerdo que en la página 86, está escrito lo siguiente:

“Existe una sola forma de felicidad: agradar a Dios”

Thomas Merton

Cuando la leí me sorprendió muchísimo. Me encantaría poder transmitir adecuadamente lo que sentí y pensé. Era como que estaba de acuerdo, sabía que tenía razón, pero  no me cerraba, no lo entendía, no sentía que fuera así. Pero repito: sabía que el tal Merton no se equivocaba, y me dejó pensando.

Pasaron los meses, muchos meses, mas de veinte, y yo no había olvidado la frase ni el nombre del que la dijo. Y un día estaba haciendo tiempo antes de una clase en la Facultad de Filosofía y Letras, y me puse a mirar los libros que vendía un tipo que no sé si sigue ahí, pero sé que es de la religión Hare Krishna y desde que se enteró que soy cristiano me llama “hermano”. No voy a hacer ningún comentario sobre esto último.

La cuestión es que estaba yo curioseando cuando lo ví: en el medio de los libros de “Religión” leí el nombre de Thomas Merton. Me acerqué como abeja al panal, ví el título del libro (“Los hombres no son islas”) y sin pensarlo dos veces pagué el módico precio que el señor Krishna le había asignado al libro y me lo llevé.

Lo que siguió puede ser muy largo pero prefiero resumirlo para poder llegar a donde quiero llegar: me gustó el libro, me gustó Merton, compré (y fotocopié) mas libros de él, aprendí cosas sobre su vida y un día leí en un libro llamado «Semillas de Contemplación» algo que llevó a pensar lo que escribo mas abajo y los invito a leer.

Merton dice en ese libro algo muy parecido a lo que sigue. Lo primero que van a leer es puramente una paráfrasis “mertoniana”,  pero luego su pensamiento y el mío se van amalgamando y a medida que avanzamos por la lectura el pensamiento es uno solo, hablo yo pero en ningun momento dejo de regresar a Merton. Sin más preámbulos los invito a leer:


Un árbol dá gloria a Dios, ante todo, siendo un árbol. Porque al ser lo que Dios quiere que sea, está imitando una idea que está en Dios y que no es distinta a la esencia de Dios, y por lo tanto un árbol imita a Dios siendo un árbol

Cuanto más un árbol es como un árbol, tanto más es como Dios. Si intentara ser como otra cosa, algo que nunca estuvo destinado a ser, sería menos como Dios y por ende, le daría menos gloria a Él.

Si todas las cosas fueran intentos de reproducir un patrón ideal, una sola cosa que fuera perfecta, serían todas imperfectas al no poder imitarla, no cumplirían su propósito, no le darían gloria a Dios ni proclamarían que Él es  un Creador perfecto.

Por eso toda la creación dá gloria a Dios en su naturaleza, siendo como es, con sus características, con su propia identidad, siendo lo que Dios en su perfección quiso que sea.

La única creación de Dios que no es naturalmente perfecta, y así naturalmente santa, somos nosotros. Para nosotros, ser humanos no nos alcanza para ser santos. Santidad es más que humanidad.

Santidad es llegar a ser yo mismo. Un árbol no tiene ningún tipo de problema con esto. Un animal tampoco. Dios los hace como son sin preguntarles y ellos están satisfechos. Esto no hace falta que lo diga ningún experto ni alguien que conoce a Dios. Lo puede decir cualquiera. Es como el cuento del Patito Feo que recopiló Andersen de la tradición oral. El patito feo no se sentía bien entre los patos porque, si bien no sabía que especie era, no se sentía identificado con ellos. Y cuando se dio cuenta de que era en realidad un cisne, fue feliz, porque por fin encontró su identidad, pudo ser plenamente lo que era, lo que Dios quiso que sea cuando lo creó. Identidad es ser lo que Dios quiere que seamos. Los animales se satisfacen en eso, les gusta ser lo que son, pero a nosotros Dios nos dio cierta libertad, y ahí esta el problema. Porque uno continuamente busca ser uno mismo, ser aquello para lo que nació. Buscamos esto de diversas maneras y en muchos lugares pero ese secreto solo lo conoce Dios. Es nuestro Creador y solo Él sabe cual es nuestra identidad, nuestro propósito, nuestra misión, nuestro sentido, lo que quiere que seamos.

Cuando descubramos esto, vamos a ser felices, como el Patito Feo cuando se dio cuenta de que era un cisne en realidad.

Entonces, si solo Él lo sabe, si solo está en Él, solo en Él lo podremos encontrar. Y Él está continuamente  dándonos indicios, mostrándonos cosas. Necesitamos escucharlo, leerlo a Dios.

Con respecto a escucharlo, mi amado amigo Gabriel Cuomo una vez me dijo: “Dios habla en voz baja”. Para escuchar a alguien que habla en voz baja es necesario que hagamos silencio, y que dejemos de hablar. Solo ahí podremos escucharlo. En el silencio.

Y para leerlo necesitamos dedicarle tiempo, no leerlo en el colectivo, apartar tiempo y dedicarlo a leer a Dios. Es lo que los monjes llamaban “lectio divina”, leer a Dios.

Y cuando Dios nos diga algo, cuando nos muestre algo, cuando algo nos sea revelado, no debemos rechazarlo. ¡Cuantas veces lo rechazamos, o le restamos importancia! Es algo que hacemos casi continuamente. Y al rechazar esto, lo que hacemos es rechazar nuestra identidad, no llegar nunca a alcanzar esa plenitud a la que Dios quiere llevarnos. No ser nunca lo que debemos ser. Vivir todo el tiempo contradiciendonos, siendo algo y a la vez no siendo nada. Tener vida y no vivirla. Estar muerto y seguir existiendo. Ser alguien  sin saber quien somos…

Una identidad te dá sentido. Sabiendo quien sos y para qué fuiste creado, vas a saber lo que tenés que ser y que tenés que hacer. Y todos somos diferentes y tenemos identidades diferentes. Mi perfección es diferente a la tuya. Y eso es bueno. Es bueno que seamos distintos, que sepamos cada uno para qué fue creado, para que sirve, y justamente así servirnos. Para saber en que podemos servir necesitamos saber quien somos, como somos, y eso nos lo muestra Dios, nadie mas puede hacerlo. Debemos buscar a Dios y aprender de Él, tenemos el gran ejemplo de Jesús, es nuestro modelo. Si estudiamos su vida vamos a ver que Él hizo muchas cosas. Pudo haberse dedicado plenamente a ser el mejor  político, maestro o sanador, pero Su Propósito fue uno bien definido: salvar mi alma, tu alma y el alma de todos. “El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10). Siempre supo esto, siempre tuvo claro su propósito. Desde la carpintería tenía la misión clara y estaba tan concentrado en ella que sus últimas palabras fueron “Consumado es, todo está cumplido” (Juan 19:30).

Para saber quienes somos es necesario que busquemos en Dios. En otro lado no estamos. No estoy en mí mismo, no me conozco tan bien como Aquel que me creó. No me voy a encontrar racionalmente, pensando mucho. También puedo leer muchas cosas, pero no me voy a encontrar ahí, no voy a descubrir quien soy. Conociendo a Dios me conozco a mí mismo.

Busquemos a Dios. Dispongámonos a encontrarlo. La felicidad es ser lo que Dios quiere y necesita que seamos. Eso es agradar a Dios. Andar en Sus Buenas Obras, para las cuales nos creó (Efesios 2:10)

Quiero finalizar con la primer frase que leí de Merton (finalmente la entendí)

Hay una sola forma de felicidad: agradar a Dios